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Jue Jul 19, 2012 2:51 am por Kagome Chan
Hola a todos
Como podeis comprobar, a pesar de haber traido de vuelta al foro no estoy en él. ¿Porque? Mucho que hacer. Puedo encargarme del diseño, pero no de activarlo. Ya he dicho que soy mala …
Como podeis comprobar, a pesar de haber traido de vuelta al foro no estoy en él. ¿Porque? Mucho que hacer. Puedo encargarme del diseño, pero no de activarlo. Ya he dicho que soy mala …
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Izanagi e Izanami
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Izanagi e Izanami
El nacimiento del Japón
En el principio, tras la formación del cielo y de la Tierra, tres dioses
se crearon a sí mismos y se escondieron en el cielo. Entre este y la
Tierra apareció algo con aspecto de un brote de junco, y de él nacieron
dos dioses, que también se escondieron. Otros siete dioses nacieron de
la misma manera, y los últimos se llamaron Izanagi e Izanami.
Izanagi e Izanami
Fueron encargados por los demás dioses de formar las islas japonesas.
Estos hundieron una jabalina adornada con piedras preciosas en el mar
inferior, la agitaron y al sacarla, las gotas que de ella resbalaban
formaron la isla de Onokoro. Descendiendo de los cielos, Izanagi e
Izanami resolvieron construir allí su hogar, así que clavaron la
jabalina en el suelo para formar el Pilar Celestial.
Descubrieron que sus cuerpos estaban formados de manera diferente, por
lo que Izanagi preguntó a su esposa Izanami si sería de su agrado
concebir más tierra para que de ella nacieran más islas. Como ella
accedió, ambos inventaron un matrimonio ritual; cada uno tenía que
rodear el Pilar Celestial andando en direcciones opuestas. Cuando se
encontraron, Izanami exclamó: "¡Que encantador! ¡He encontrado un hombre
atractivo!", y a continuación hicieron el amor.
En lugar de parir una isla, Izanami dio a luz a un malforme
niño-sanguijuela al que lanzaron al mar sobre un bote hecho de juncos.
Después se dirigieron a los dioses para pedir consejo, y estos les
explicaron que el error estaba en el ritual del matrimonio, ya que ella
no debía de haber hablado primero la encontrarse alrededor del Pilar,
pues no es propio de la mujer iniciar la conversación. Así pues, ambos
repitieron el ritual, pero esta vez Izanagi habló primero, y todo salió
según sus deseos.
Con el tiempo, Izanagi concibió todas las islas que forman el Japón,
creando, además, dioses para embellecer las islas, y después hicieron
dioses del viento, de los árboles, de los ríos y de las montañas, con lo
que su obra quedó completa. El último dios nacido de Izanami fue el
dios del fuego, cuyo alumbramiento produjo tan graves quemaduras en los
genitales de la diosa que murió. Y todavía, mientras moría, nacieron más
dioses a partir de su vómito, su orina y sus excrementos. Izanagi
estaba tan furioso que le cortó la cabeza al dios del fuego, pero las
gotas de sangre que cayeron a la Tierra dieron vida a nuevas deidades.
El más allá
Tras la muerte de Izanami, Izanagi quiso seguirla en su viaje a Yomi, la
región de los muertos, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó allí,
Izanami ya había comido en Yomi, lo que hacía imposible su vuelta al
mundo de los vivos. La diosa pidió a su esposo que esperase
pacientemente mientras ella discutía con los demás dioses si era o no
posible su retorno al mundo, pero Izanagi no fue capaz; Impa ciente,
rompió una punta de la peineta que llevaba, la prendió fuego, para que
le sirviese de antorcha y después entró en la sala. Lo que vió allí fue
espantoso: los gusanos se retorcían ruidosamente en el cuerpo putrefacto
de Izanami.
Izanagi quedó aterrado al contemplar la visión del cuerpo de Izanami,
por lo que dio media vuelta y salió huyendo de allí. Encolerizada por la
desobediencia de su marido, Izanami envió tras él a las brujas de Yomi y
a los fantasmas del lugar, pero Izanagi pudo despistarlos haciendo uso
de sus trucos mágicos. Cuando por fin llegó a la frontera que separa el
mundo de los muertos del de los vivos, Izanagi lanzó a sus perseguidores
tres melocotones que allí encontró, retirándose las brujas y fantasmas a
toda prisa.
Finalmente, fue la propia Izanami quien salió en persecución de Izanagi.
Este colocó una gigantesca roca en el paso que unía Yomi con el mundo
de los vivos, de modo que Izanami y él se vieron uno a cada lado del
enorme obstáculo. Izanami dijo entonces: "Oh, mi amado marido, si así
actuas haré que mueran cada dia mil de los vasallos de tu reino", a lo
que Izanagi contestó "Oh, mi amada esposa, si tales cosas haces yo daré
nacimiento cada día a mil quinientos". Finalmente llegaron a un acuerdo,
mediante el cual la cifra de nacimientos y fallecimientos se mantienen
en la misma proporción. Ella le dijo que debía aceptar su muerte y él
prometió no volver a visitarla. Entonces ambos declararon el fín de su
matrimonio. Esta separación significó el comienzo de la muerte para
todos los seres.
La creación de los dioses mayores
Izanagi se sometió entonces a un proceso de purificación para librarse
de la suciedad que pudiera haber contaminado su cuerpo durante el
descenso al mundo inferior. Llegó a la llanura junto a la desembocadura
del río y se libró de sus ropas y de todo cuanto llevaba. Y allí donde
dejaba caer una prenda o un objeto, del suelo salía una deidad. Y nuevos
dioses se iban creando a medidad que Izanagi entraba en el agua para
limpiar su cuerpo. Finalmente, cuando lavó su cara fueron creados los
dioses más importantes del panteón japonés; Al secar su ojo izquierdo
apareció Amaterasu, la diosa Sol; de su ojo izquierdo nació la diosa
Luna, Tsuki-yomi; El dios de la tormenta, Susano, fue engendrado de su
nariz.
Izanagi decidió entonces dividir el mundo entre sus hijos. Encargó a
Amaterasu el gobierno del cielo, a Tsuki-yomi el de la noche ya Susano
el cuidado de los mares. Pero este último dijo que prefería ir al mundo
inferior con su madre, así que Izanagi lo desterró y después se retiró
del mundo para vivir en el alto cielo.
El engaño de Susano
Antes de ser desterrado a Yomi, Susano quiso despedirse de Amaterasu,
pero en realidad quería traicionarla ya que estaba celoso de la belleza y
preeminencia de su hermana. Amaterasu, recelosa de la actitud de su
hermano, se armó con un arco y flechas antes de acudir a la cita, pero
Susano se mostró realmente encantador y acabó cautivando a la diosa con
la sugerencia de engendrar hijos juntos como prueba de buena fe.
Amaterasu accedió, pero antes exigió que le entregase su espada, que
inmediatamente quebró con su boca en tres pedazos, mientras de su
aliento salían tres diosas. Susano pidió a Amaterasu cinco collares, los
cuales masticó para engendrar otros tantos dioses.
Al momento se entabló una discusión entre ambos por la custodia de los
hijos, pues Amaterasu los reclamaba como suyos al haber sido formados de
sus propias joyas. Su hermano, sin embargo, creyó haber engañado a la
diosa y lo celebró rompiendo las paredes que contenían los campos de
arroz, bloqueando los canales de irrigación y defecando en el templo
donde había de celebrarse el festival de la cosecha. Su desconcertante
comportamiento es el germen de la enemistad que nació entre los dos
dioses. Susano, a pesar de haber sido desterrado, se quedó merodeando
por la Tierra y el cielo.
La desaparición del sol
Un día, mientras Amaterasu se encontraba tejiendo ropas para los dioses,
Susano arrojó un caballo desollado que atravesó el tejado de la sala en
la que la diosa y sus ayudantes trabajaban. Una de ellas se asustó de
tal modo que se pinchó con la aguja y murió. Y tan atemorizada quedó la
propia diosa que después de aquello se escondió en una cueva y bloqueó
la entrada con una enorme piedra. Sin la diosa Sol, el mundo quedó
sumido en la oscuridad y el caos.
Una asamblea de ochocientas deidades se reunió para hallar la manera de
sacar a Amaterasu de la cueva. Decidieron que la única manera de
lograrlo sería excitando su curiosidad, así que decoraron un árbol con
ofrendas y joyas, encendieron fuego y danzaron al ritmo de los tambores,
y alabaron la belleza de otra diosa, para provocar sus celos. Colocaron
un espejo mágico a la entrada de la cueva, llevaron gallos al lugar
para que cantaran y persuadieron a la diosa de la aurora, Amo No Uzume,
para que bailara. En un momento de abandono, la diosa empezó a quitarse
las ropas, para solaz del resto de los dioses, que la llamaron "terrible
hembra del cielo".
Como esperaban, Amaterasu se asomó a la entrada de la cueva para
averiguar qué estaba sucediendo. Los dioses respondieron que estaban
celebrando una fiesta porque habían encontrado a su sucesora y que esta
era incluso mejor que la propia Amaterasu. Sin pensarlo, la diosa salió
de la cueva y vió su reflejo en el espejo mágico. En ese momento, el
dios Tajikawa la agarró, obligándola a salir de su escondite y
bloqueando la entrada para impedir que volviera a desapareer. La vida
volvió a la naturaleza y desde aquel momento el mundo ha conocido el
ciclo normal del día y la noche. El espejo fue confiado al mítico primer
Emperador de Japón, descendiente directo de la diosa, como prueba de su
divino poder.
Los ochocientos dioses castigaron a Susano cortando su barba y bigote,
arrancándole las uñas de las manos y los pies, y arrojándole del cielo.
Fue entonces cuando el dios comenzó su vida errante y vagabunda por la
Tierra.
En el principio, tras la formación del cielo y de la Tierra, tres dioses
se crearon a sí mismos y se escondieron en el cielo. Entre este y la
Tierra apareció algo con aspecto de un brote de junco, y de él nacieron
dos dioses, que también se escondieron. Otros siete dioses nacieron de
la misma manera, y los últimos se llamaron Izanagi e Izanami.
Izanagi e Izanami
Fueron encargados por los demás dioses de formar las islas japonesas.
Estos hundieron una jabalina adornada con piedras preciosas en el mar
inferior, la agitaron y al sacarla, las gotas que de ella resbalaban
formaron la isla de Onokoro. Descendiendo de los cielos, Izanagi e
Izanami resolvieron construir allí su hogar, así que clavaron la
jabalina en el suelo para formar el Pilar Celestial.
Descubrieron que sus cuerpos estaban formados de manera diferente, por
lo que Izanagi preguntó a su esposa Izanami si sería de su agrado
concebir más tierra para que de ella nacieran más islas. Como ella
accedió, ambos inventaron un matrimonio ritual; cada uno tenía que
rodear el Pilar Celestial andando en direcciones opuestas. Cuando se
encontraron, Izanami exclamó: "¡Que encantador! ¡He encontrado un hombre
atractivo!", y a continuación hicieron el amor.
En lugar de parir una isla, Izanami dio a luz a un malforme
niño-sanguijuela al que lanzaron al mar sobre un bote hecho de juncos.
Después se dirigieron a los dioses para pedir consejo, y estos les
explicaron que el error estaba en el ritual del matrimonio, ya que ella
no debía de haber hablado primero la encontrarse alrededor del Pilar,
pues no es propio de la mujer iniciar la conversación. Así pues, ambos
repitieron el ritual, pero esta vez Izanagi habló primero, y todo salió
según sus deseos.
Con el tiempo, Izanagi concibió todas las islas que forman el Japón,
creando, además, dioses para embellecer las islas, y después hicieron
dioses del viento, de los árboles, de los ríos y de las montañas, con lo
que su obra quedó completa. El último dios nacido de Izanami fue el
dios del fuego, cuyo alumbramiento produjo tan graves quemaduras en los
genitales de la diosa que murió. Y todavía, mientras moría, nacieron más
dioses a partir de su vómito, su orina y sus excrementos. Izanagi
estaba tan furioso que le cortó la cabeza al dios del fuego, pero las
gotas de sangre que cayeron a la Tierra dieron vida a nuevas deidades.
El más allá
Tras la muerte de Izanami, Izanagi quiso seguirla en su viaje a Yomi, la
región de los muertos, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó allí,
Izanami ya había comido en Yomi, lo que hacía imposible su vuelta al
mundo de los vivos. La diosa pidió a su esposo que esperase
pacientemente mientras ella discutía con los demás dioses si era o no
posible su retorno al mundo, pero Izanagi no fue capaz; Impa ciente,
rompió una punta de la peineta que llevaba, la prendió fuego, para que
le sirviese de antorcha y después entró en la sala. Lo que vió allí fue
espantoso: los gusanos se retorcían ruidosamente en el cuerpo putrefacto
de Izanami.
Izanagi quedó aterrado al contemplar la visión del cuerpo de Izanami,
por lo que dio media vuelta y salió huyendo de allí. Encolerizada por la
desobediencia de su marido, Izanami envió tras él a las brujas de Yomi y
a los fantasmas del lugar, pero Izanagi pudo despistarlos haciendo uso
de sus trucos mágicos. Cuando por fin llegó a la frontera que separa el
mundo de los muertos del de los vivos, Izanagi lanzó a sus perseguidores
tres melocotones que allí encontró, retirándose las brujas y fantasmas a
toda prisa.
Finalmente, fue la propia Izanami quien salió en persecución de Izanagi.
Este colocó una gigantesca roca en el paso que unía Yomi con el mundo
de los vivos, de modo que Izanami y él se vieron uno a cada lado del
enorme obstáculo. Izanami dijo entonces: "Oh, mi amado marido, si así
actuas haré que mueran cada dia mil de los vasallos de tu reino", a lo
que Izanagi contestó "Oh, mi amada esposa, si tales cosas haces yo daré
nacimiento cada día a mil quinientos". Finalmente llegaron a un acuerdo,
mediante el cual la cifra de nacimientos y fallecimientos se mantienen
en la misma proporción. Ella le dijo que debía aceptar su muerte y él
prometió no volver a visitarla. Entonces ambos declararon el fín de su
matrimonio. Esta separación significó el comienzo de la muerte para
todos los seres.
La creación de los dioses mayores
Izanagi se sometió entonces a un proceso de purificación para librarse
de la suciedad que pudiera haber contaminado su cuerpo durante el
descenso al mundo inferior. Llegó a la llanura junto a la desembocadura
del río y se libró de sus ropas y de todo cuanto llevaba. Y allí donde
dejaba caer una prenda o un objeto, del suelo salía una deidad. Y nuevos
dioses se iban creando a medidad que Izanagi entraba en el agua para
limpiar su cuerpo. Finalmente, cuando lavó su cara fueron creados los
dioses más importantes del panteón japonés; Al secar su ojo izquierdo
apareció Amaterasu, la diosa Sol; de su ojo izquierdo nació la diosa
Luna, Tsuki-yomi; El dios de la tormenta, Susano, fue engendrado de su
nariz.
Izanagi decidió entonces dividir el mundo entre sus hijos. Encargó a
Amaterasu el gobierno del cielo, a Tsuki-yomi el de la noche ya Susano
el cuidado de los mares. Pero este último dijo que prefería ir al mundo
inferior con su madre, así que Izanagi lo desterró y después se retiró
del mundo para vivir en el alto cielo.
El engaño de Susano
Antes de ser desterrado a Yomi, Susano quiso despedirse de Amaterasu,
pero en realidad quería traicionarla ya que estaba celoso de la belleza y
preeminencia de su hermana. Amaterasu, recelosa de la actitud de su
hermano, se armó con un arco y flechas antes de acudir a la cita, pero
Susano se mostró realmente encantador y acabó cautivando a la diosa con
la sugerencia de engendrar hijos juntos como prueba de buena fe.
Amaterasu accedió, pero antes exigió que le entregase su espada, que
inmediatamente quebró con su boca en tres pedazos, mientras de su
aliento salían tres diosas. Susano pidió a Amaterasu cinco collares, los
cuales masticó para engendrar otros tantos dioses.
Al momento se entabló una discusión entre ambos por la custodia de los
hijos, pues Amaterasu los reclamaba como suyos al haber sido formados de
sus propias joyas. Su hermano, sin embargo, creyó haber engañado a la
diosa y lo celebró rompiendo las paredes que contenían los campos de
arroz, bloqueando los canales de irrigación y defecando en el templo
donde había de celebrarse el festival de la cosecha. Su desconcertante
comportamiento es el germen de la enemistad que nació entre los dos
dioses. Susano, a pesar de haber sido desterrado, se quedó merodeando
por la Tierra y el cielo.
La desaparición del sol
Un día, mientras Amaterasu se encontraba tejiendo ropas para los dioses,
Susano arrojó un caballo desollado que atravesó el tejado de la sala en
la que la diosa y sus ayudantes trabajaban. Una de ellas se asustó de
tal modo que se pinchó con la aguja y murió. Y tan atemorizada quedó la
propia diosa que después de aquello se escondió en una cueva y bloqueó
la entrada con una enorme piedra. Sin la diosa Sol, el mundo quedó
sumido en la oscuridad y el caos.
Una asamblea de ochocientas deidades se reunió para hallar la manera de
sacar a Amaterasu de la cueva. Decidieron que la única manera de
lograrlo sería excitando su curiosidad, así que decoraron un árbol con
ofrendas y joyas, encendieron fuego y danzaron al ritmo de los tambores,
y alabaron la belleza de otra diosa, para provocar sus celos. Colocaron
un espejo mágico a la entrada de la cueva, llevaron gallos al lugar
para que cantaran y persuadieron a la diosa de la aurora, Amo No Uzume,
para que bailara. En un momento de abandono, la diosa empezó a quitarse
las ropas, para solaz del resto de los dioses, que la llamaron "terrible
hembra del cielo".
Como esperaban, Amaterasu se asomó a la entrada de la cueva para
averiguar qué estaba sucediendo. Los dioses respondieron que estaban
celebrando una fiesta porque habían encontrado a su sucesora y que esta
era incluso mejor que la propia Amaterasu. Sin pensarlo, la diosa salió
de la cueva y vió su reflejo en el espejo mágico. En ese momento, el
dios Tajikawa la agarró, obligándola a salir de su escondite y
bloqueando la entrada para impedir que volviera a desapareer. La vida
volvió a la naturaleza y desde aquel momento el mundo ha conocido el
ciclo normal del día y la noche. El espejo fue confiado al mítico primer
Emperador de Japón, descendiente directo de la diosa, como prueba de su
divino poder.
Los ochocientos dioses castigaron a Susano cortando su barba y bigote,
arrancándole las uñas de las manos y los pies, y arrojándole del cielo.
Fue entonces cuando el dios comenzó su vida errante y vagabunda por la
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